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Claves para un buen descanso nocturno en personas con demencia que viven en centros gerontológicos

Trastornos del sueño y demencia

Las personas nos pasamos una tercera parte de nuestra vida durmiendo, teniendo el sueño una función reparadora física y cognitiva. Con el paso de los años va disminuyendo paulatinamente el tiempo dedicado a esta actividad. Aumentan los despertares nocturnos, se hace un sueño más superficial, aumenta el sedentarismo, así como una tendencia al reposo en forma de siestas.

En las personas con demencia se altera el sueño desde fases precoces, debido a los cambios patológicos de este síndrome y especialmente por las patologías concomitantes, medicamentos y cambios ambientales.
La presencia frecuente en la persona mayor de dolor, calambres/hormigueos, fatiga, tos, reflujo, nocturia, o la toma de medicamentos como broncodilatadores, diuréticos, corticoides, hipotensores, diferentes psicofármacos, condicionan en gran medida la capacidad de mantener un sueño reparador. Se estima que hasta un 42% de los adultos presentan insomnio, un 70% pueden tener apnea obstructiva del sueño (un 38% en grado severo), siendo relevantes dichas frecuencias en personas con enfermedades neurológicas (demencia, Parkinson, ACV) o psiquiátricas. Las consecuencias son relevantes en cuanto a que disminuyen su calidad de vida, incrementa la discapacidad y el riesgo de caídas, aumentando la mortalidad, y constituye una causa relevante de institucionalización dada la sobrecarga que conlleva para la persona cuidadora.

A qué prestar atención y qué medidas adoptar

Es importante conocer los hábitos de sueño de cada persona (la hora que se suele acostar y levantar, tiempo que pasa hasta que se despierta, tiempo que pasa despierto…), así como la actividad física que realiza a lo largo del día, la exposición solar, el tipo de relaciones sociales que mantiene y su participación en actividades.

En los centros gerontológicos es clave definir bien el trastorno del sueño (problemas de inicio o mantenimiento, alteraciones conductuales, movimientos anormales, alteraciones respiratorias, ritmo circadiano adelantado o irregular). Prestaremos atención a todos aquellos aspectos que alteran el descanso e inducen la aparición de este tipo de trastornos en las personas que viven en estos hogares: ruidos, temperatura, cambios impuestos en el sueño en relación a los cuidados (toma de constantes, cambios absorbentes, administración medicamentos, recenas en diabéticos, cambios posturales…), así como las consecuencias que se derivan de dichas alteraciones y para quién (residente o cuidadores). De esta manera podemos llevar a cabo una aproximación inicial entre el trastorno del sueño de la persona y la flexibilidad o capacidad del centro para adaptarse a sus necesidades.

Entre las posibles medidas a adoptar podemos diseñar un plan de intervención basado en unas medidas higiénicas básicas y de control de estímulos; brindar sesiones de entrenamiento conductual; y, finamente, favorecer una intervención farmacológica estructurada, con unos objetivos y una duración preestablecida (los ensayos clínicos suelen durar entre 6 y 8 semanas de tratamiento, no de forma indefinida), valorando en todo momento el balance riesgo beneficio de las diferentes intervenciones.

El personal cuidador nocturno es sensiblemente inferior que el diurno, por lo que los cambios del sueño debidos al envejecimiento y a las diferentes comorbilidades, promueven un exceso de intervenciones farmacológicas, con alto riesgo de reacciones adversas (caídas, síndrome confusional, mareo…).

Existen experiencias de intervenciones multifactoriales en residentes con demencia que son efectivas*. A continuación os ofrecemos un listado de ellas.

Decálogo de buenas prácticas para favorecer un correcto descanso de personas que viven en residencias

  1. Fomentar la actividad física, social y ocupacional. Limitar las siestas o cabezadas diurnas y prevenir el encamamiento.
  2. Exposición lumínica y ambiental adecuada, especialmente en aquellas unidades cerradas o en personas con escasa red social, garantizando salidas al exterior.
  3. Alimentación ligera y sin estimulantes. Prestar atención a una alimentación adecuada, ni insuficiente ni copiosa. Disminuir la ingesta de líquidos tras la merienda. No tomar sustancias estimulantes como café, tabaco, alcohol o medicamentos que interfieran en el sueño.
  4. Conocer aspectos convivenciales entre compañeros de habitación.
  5. Cuidado e higiene de accesorios. Mantener un cuidado de la boca, retirando prótesis dentales, con una adecuada higiene y limpieza. Guardar a buen recaudo y con un adecuado mantenimiento gafas, audífonos u ortésis.
  6. No realizar actividades en la habitación, como ver televisión, estar con mascotas, identificando la cama como lugar para dormir.
  7. Evitar interrupciones del sueño para administrar medicamentos o cuidados sanitarios (control de constantes, cambios pañales, posturales, recenas) que no sean imprescindibles.
  8. Dejar encendida la luz del baño. Evitar disponer de ropa a su alcance para prevenir tendencia a vestirse por la noche en casos de desorientación.
  9. Valorar posibles necesidades no cubiertas. Prestar atención tanto a aspectos relacionados con el confort: dolor, hambre o sed, esfínteres, temperatura, ruido, comodidad, iluminación…, como aspectos emocionales: ansiedad, depresión, trastornos conductuales o sociales.
  10. Reevaluar periódicamente medicamentos para control de patologías crónicas, utilización de fármacos hipnóticos según tipo de insomnio, marcando unos objetivos, monitorizando los efectos y su tolerancia.

Autor

Médico de Matia Fundazioa

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